El deporte de competición, en su evolución sociológica, se ha convertido a lo largo de los siglos en la expresión magnánima de la capacitación física y mental del ser humano. Un medio de cultivo empapado de competitividad, rivalidad, profesionalidad, y en donde reina el principio básico de anarquía biológica. Sólo sobrevive el que demuestra mayor capacidad de adaptación al ecosistema agonístico y alcanza el deseado estatus de deportista profesional.
La lesión deportiva es una de las barreras más temidas por los habitantes de este ecosistema, la “kryptonita” que neutraliza muchas de sus capacidades y merma su rendimiento. La interpretación del daño sufrido es tarea clave para subsanar el detrimento deportivo.
Interpretamos una lesión que ha estado, está y estará en uno de los más grandes deportistas de todos los tiempos. Rafael Nadal ha alcanzado el súmmum deportivo a expensas de una displasia en un hueso del pie. Una enfermedad que germina en edad infantil sin presentar síntomas hasta la mayoría de edad, en donde la especialización deportiva exige más del atleta y cataliza la necrosis prematura de un tejido biológico.
El síndrome de Müller-Weiss afecta a un hueso del pie, antepié para los entendidos, con forma navicular denominado escafoides tarsiano, hermano estructural de su homónimo escafoides carpiano que se encuentra en la mano. Este pequeño hueso, de grandes dimensiones funcionales, es el elemento elegido en la ontogénesis humana para sustentar al arco longitudinal del pie, cual Clave de Bóveda, en el famoso arco de medio punto. Tenemos entonces una disfunción estructural que afecta a la dovela central del arco longitudinal plantar y que por lo tanto provoca el colapso arquitectónico.
Este desajuste estructural genera una incorrecta transmisión de cargas en el miembro inferior, cargas de compresión, tensión y cizallamiento, cuyo origen está en el movimiento y cuyo resultado final es la incapacidad para el movimiento.
La ciencia realiza constantemente estudios exhaustivos de este ecosistema, la tecnología somete a sus habitantes a la búsqueda constante del ‘Citius, Altius, Fortius’, términos ya desmarcados del espíritu olímpico promulgado por Pierre de Coubertin, y se crea un nuevo metaverso en donde las lesiones ya no son un impedimento para alcanzar el reinado.